Por Carlos Ciappina*
Se han escrito cientos de interpretaciones sobre el 17 de Octubre de 1945. Todas ellas, desde las más “académicas” hasta las más partidarias trasuntan posicionamientos políticos, juicios a priorde carácter social, clasista, psicologistas, culturales. Desde las versiones más “gorilas” y brutales, aferradas al relato del “aluvión zoológico”, pasando por las supuestamente “lúcidas” que analizan la “anomalía política” del peronismo (desde las tradiciones de izquierda y de derecha) y su día fundacional y también las que provenientes del propio peronismo se centran en la definición del “Día de la Lealtad”.
Estas mismas líneas no proponen, ni podrán, por lo tanto, escapar a esa norma de involucramiento político que desde alguna supuesta perspectiva académica se pretende esquivar. Para decirlo claramente, ¿Cómo interpretar el 17 de Octubre de 1945?: Como el día en que la historia argentina cambió definitivamente.
Los cientos de miles de obreros, trabajadores, jornaleros, varones y mujeres que se fueron reuniendo en Plaza de Mayo el día 16 y que la colmaron el 17 de octubre sacudieron definitivamente las estructuras de la “gran estancia” en que la élite oligárquica, sus partidos políticos afines y corporaciones económicas, mediáticas y educacionales pretendían mantener a la Argentina.
Raúl Scalabrini Ortiz, contemporáneo de los hechos captó con su inteligencia sagaz y su emoción humanista lo que se avecinaba; dejando a mi entender la mejor reseña de ese momento que estaba presenciando: «Era el subsuelo de la Patria sublevado… Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente, como la brisa fresca del río. Lo que yo había soñado e intuido durante muchos años estaba allí presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único en el espíritu conjunto. Eran los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo».
Y efectivamente, los postergados de cientos de años estaban allí, postergados mestizos y postergados inmigrantes, reunidos en la plaza, pidiendo por la libertad de Perón, el coronel al que sentían como uno de los suyos y al que veían como garantía de que “la estancia” no volviera a cerrar las tranqueras sobre sus vidas y trabajos.
De tanto interpretar y reinterpretar el peronismo con las anteojeras de la historia oficial o del prejuicio elitista, se ha olvidado un punto esencial del 17 de Octubre: es la clase trabajadora la que libera a Perón. El protagonista del 17 de Octubre tiene un actor central y uno secundario: el actor central es la clase obrera, la que ocupa la Plaza y a toda una ciudad (la de Buenos Aires) que se creía la París de América renegando de la existencia de los millones de desheredados que con su trabajo construían su magnificencia.
¿Qué hubiera pasado sin la movilización popular? No mucho… Perón, preso en Martín García, prácticamente incomunicado por los militares a cargo del gobierno, que habían cedido a los reclamos y temores de la elite a la que en definitiva representaban; algunos miembros del laborismo junto a Mercante tratando de movilizar para dar testimonio de su desacuerdo con la prisión del hasta ese entonces vicepresidente.
La diferencia la hicieron los casi 500.000 obreros que se movilizaron por propia determinación. Y ése es otro hecho incontrastable del 17 de Octubre. La mayor movilización de la historia argentina hasta ese momento era casi totalmente espontánea, no había “aparato”, “burócratas”, “punteros”… era ese “subsuelo de la patria” de Scalabrini que se movilizaba por su cuenta porque entreveía por primera vez en más de cien años que algo podía cambiar efectivamente.
Así, el “Día de la Lealtad” adquiere su significación enorme y profunda: ¿es la lealtad del pueblo trabajador para con Perón solamente? Creemos, que es quizás todo lo contrario, el 17 de Octubre es el día de la Lealtad del propio Perón para con los trabajadores. Ese es el vínculo profundo y perenne que une a los trabajadores con Perón. Ellos (los trabajadores) “hicieron” el 17 de Octubre y al hacerlo, constituyeron a Perón como líder de las masas movilizadas en la Argentina de la década de 1945. Los trabajadores no entraron solos a la historia política. Lo hicieron junto a las mujeres, los niños y los ancianos quienes “subidos” a la nueva etapa de los derechos civiles y sociales, que la clase trabajadora abría con su reclamo político, descolocarían totalmente a la vieja partidocracia fraudulenta.
El peronismo se constituirá así como un movimiento masivo con centralidad en la clase trabajadora. Perón nunca dejará de señalar su vínculo especial y único con los/as trabajadores. Los obreros nunca dejarán de confiar en ese líder por ellos liberado, pero tampoco dejarán de reclamarle mejorar sus vidas. Y esa centralidad del mundo del trabajo será el elemento “intragable” para la élite liberal y oligárquica.
El 17 de Octubre, preanuncia fácticamente lo que serán los diez años posteriores: el espacio, el territorio de la Capital ocupado por los desheredados de la patria. De allí en más, las plazas, los cines, los teatros, los lugares de veraneo, el consumo, la radio, los periódicos, las revistas de deportes, de entretenimiento…en fin, todo el territorio físico y simbólico de una nación reservada históricamente a unos pocos, será ocupado por los sectores populares, por su estética, su música, su visión de la vida.
El 17 de Octubre instala también a los trabajadores como demandantes, como sujetos colectivos que tienen algo que decir y que tienen derecho a decirlo. Que elijen un liderazgo, lo reclaman y lo instalan. La política argentina dejará de ser la misma después de ese día: a la política de círculo, de grupitos de elegidos, de clubes, de acuerdos secretos y espurios, el peronismo le opondrá la imagen y la práctica que esa noche (con Perón traído de urgencia de Martín García) se instalará en el balcón de la Casa Rosada: el diálogo directo con los trabajadores, la política masiva, abierta, multitudinaria, donde el que conduce y los/as trabajadores proponen y escuchan mutuamente.
El 17 de Octubre será, por estos dos grandes motivos (entre muchos otros) insoportable para la Argentina tradicional: las patas en la fuente y el pueblo instalando a su líder en el balcón dispararon en la élite, en sus diarios, en sus universidades y en sus partidos políticos los temores profundos de un retorno de la barbarie sarmientina: María Rosa Oliver, literata del grupo Sur expondrá esta visión con claridad: “Me pregunto de qué suburbio alejado provienen esos hombres y mujeres casi harapientos, muchos de ellos con vinchas que, como a los indios de los malones, les ciñen la frente y casi todos desgreñados. ¿O será que el día gris y pesado o una urgente convocatoria, les ha impedido a estos trabajadores tomarse el tiempo de salir a la calle bien entrazados o bien peinados, como es su costumbre ¿O habrán surgido de ámbitos cuya existencia yo desconozco”. Debajo de esa interpretación brutal, se escondía el temor por la pérdida de poder político, del poder económico y, el último de los miedos para la élite, del poder cultural.
Así también, el 17 de Octubre funda la oposición despiadada y perenne de la elite liberal al proyecto nacional y popular que se originaba. De allí en más, el peronismo y lo que el peronismo simbolizó tendrá que enfrentarse permanentemente con el desprecio, el destrato, la descalificación y finalmente el uso puro y simple de la violencia del poder instituido por la elite liberal y sus socios civiles y militares.
Así, el 17 de Octubre funda, al decir de John W. Cook el “hecho maldito del país burgués”. A partir del 18 de octubre de 1945 ya nada será igual y el sueño de un país como una estancia culta y una colonia próspera para un puñado de familias, se romperá para siempre.
*Profesor titular de la Cátedra Historia Contemporánea de América Latina.
Universidad Nacional de la Plata. Facultad de Periodismo y Comunicación Social