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Con profundo pesar, despedimos al Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano y argentino, un hombre que, desde su lugar en el mundo, nunca dejó de levantar la voz por los humildes, por la justicia social y por una Iglesia al servicio del pueblo.

Hijo de trabajadores e inmigrantes, Francisco supo mantener siempre viva la memoria de sus orígenes. Su compromiso con los más vulnerables no fue discurso, fue acción. Como sacerdote, como arzobispo de Buenos Aires y como líder de la Iglesia Católica, caminó codo a codo con quienes sufren, con los olvidados, con los excluidos. Supo escuchar a los de abajo y no dudó en denunciar a los poderosos, dueños de un sistema que excluye a los más vulnerables.

Fue un Papa que incomodó, que abrió puertas, que promovió una Iglesia más cercana a la vida real de las personas. En un mundo marcado por la desigualdad, levantó la bandera de la dignidad humana, del trabajo justo, de la paz, y del amor por los humildes. Su voz fue faro en tiempos oscuros, y su ejemplo, una guía para quienes seguimos creyendo en la solidaridad como camino.

Que su legado nos siga inspirando.