Escribí: “Y la historia, concebida como el devenir donde se entrelazan causas y efectos; la necesidad, la posibilidad y el azar, fue el magma del que emergió Néstor Kirchner. Su llegada al gobierno el 25 de mayo de 2003 pareció unir –como el continuo de un río subterráneo– las puntas del hilo del desarrollo económico, social y político de la Argentina, cortado por el Estado terrorista. En esa necesidad, ese hombre reflotó las tareas inconclusas de la generación del 70, a la que pertenecía por edad, pasión y razón política (…) Porque en la Argentina de 2003, era imposible tener un horizonte de previsibilidad sobre quién la gobernaría. O, para ser más precisos, sobre quién y cómo tendría el poder y no solo el ejercicio del gobierno. El sistema político de partidos –bipartidismo– basado en la representación de sectores sociales estaba en una crisis terminal. Y si bien Kirchner llegó al gobierno por azar –fue el elegido por descarte dentro del peronismo y por deserción del menemismo–, también llegó por necesidad, entendida como aquello que debe ser y no puede ser de otra manera para que se cumpliera el imperativo de rescatar a la Argentina de una crisis terminal. Era una necesidad que fundaba la posibilidad de su gobierno. Lo cierto es que ese peronista desgarbado –casi un desconocido con apenas el nueve por ciento de intención de voto– que venía del frío de Santa Cruz, que veía la realidad en virola como su ojo izquierdo –y tal vez por eso veía lo que otros no veían–, llegó a la Casa Rosada con apenas el 22 por ciento de los votos. Nadie lo sabía todavía; quizá Néstor Kirchner tampoco, pero comenzaba a cumplir su destino de conmover el horizonte previsible del poder conservador. Para que por primera vez luego de la muerte de Juan Perón en 1974, luego de casi treinta años de búsquedas y desierto político, el peronismo de su fundador volviera al gobierno”.
Releo este texto, escrito en 2022 para Página/12, casi dos décadas después de cuando lo vi por primera vez. Fue en mayo de 2003, en el departamento que compartía con Cristina Fernández, en Recoleta, donde había ido con una colega, Telma Luzzani, a hacer la primera nota sobre ella que saldría en el diario Clarín. Yo lo había votado contrariando la veta no peronista que me atravesaba. Pero jamás me arrepentí cuando decidió terminar con las leyes de impunidad y cuando día tras día en su gobierno se restituyeron derechos arrasados y se marcó a fuego la independencia nacional con el enérgico adiós al FMI. No supe hasta la crisis del campo en 2008 que en verdad Néstor había llegado para unir a los argentinos, más que por las filiaciones políticas, por las pasiones y razones históricas de una patria justa, inclusiva, soberana. Mi generación lo amó. Supe que Néstor sería, así pasaran los años, inolvidable como lo son los huracanes que cambian la silueta de un continente, aunque la tormenta cese. Tal vez por eso hoy sigo preguntándome si Kirchner era para el poder el aleteo de una mariposa venida del sur, por fuera de lo previsible de la matriz política neoliberal de entonces, para recomponer el cauce perdido del río tormentoso de la historia nacional. Preguntándome, aun, si era el caos que confirmaba la teoría de Edward Lorenz o la sentencia definitiva de Heráclito. Ahora sé que Néstor fue el río indetenible y cambiante de la suma de todas las pasiones y razones que pujan caóticas y contradictorias en la azarosa vida de los argentinos. Y de su principal movimiento político, el peronismo. Que vivió poco en tiempos históricos, como vive una mariposa. Que su regreso fue unir el eslabón perdido de nuestra generación con los de las nuevas generaciones. Que su muerte fue la prematura definición de que nada, nunca, sería fácil ni definitivo. Y que su herencia, como la del río de Heráclito, siguió escribiéndose en su pacto de amor y lucha con Cristina, y aún se escribe porque, como bien sabemos, la historia es no solo como el río, no solo como un aleteo de mariposa, sino también como el tiempo estelar: nunca se detiene ni se olvida, aunque cada agujero negro absorba su energía para recomenzar con una nueva estrella.
Fuente: María Seoane para la revista Caras y Caretas