El “loco Dorrego” lo llamaban sus enemigos; el “padre de los pobres”, sus seguidores. En sus 41 años de vida, Manuel Dorrego peleó en batallas por la independencia, junto con Manuel Belgrano; participó en las primeras revueltas chilenas cuando aún era un joven estudiante; cruzó la cordillera de los Andes cinco años antes que el Libertador José de San Martín; se enfrentó a cara descubierta con la oligarquía porteña y, durante su corto periodo como Gobernador de Buenos Aires, tomó medidas populares y revolucionarias en favor de los humildes. Lo fusilaron el 13 de diciembre de 1828.
Manuel Dorrego era un claro opositor del poder de la oligarquía librecambista porteña, cuyo líder era Bernardino Rivadavia, quien se había autoproclamado presidente de las Provincias Unidas del Río de La Plata. Al discutirse la Constitución de 1826, suspendió el derecho a votar de los «criados a sueldo, peones jornaleros y soldados de línea». Dorrego, famoso por su elocuencia, no se quedó callado e interpeló a los diputados.
«He aquí la aristocracia, la más terrible, porque es la aristocracia del dinero (…). Échese la vista sobre nuestro país pobre: véase qué proporción hay entre domésticos, asalariados y jornaleros y las demás clases, y se advertirá quiénes van a tomar parte en las elecciones. Excluyéndose las clases que se expresan en el artículo, es una pequeñísima parte del país, que tal vez no exceda de la vigésima parte (…) ¿Es posible esto en un país republicano?».
«¿Es posible que los asalariados sean buenos para lo que es penoso y odioso en la sociedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones?». El argumento de quienes habían apoyado la exclusión era que los asalariados eran dependientes de su patrón. «Yo digo que el que es capitalista no tiene independencia, como tienen asuntos y negocios quedan más dependientes del Gobierno que nadie. A ésos es a quienes deberían ponerse trabas (…). Si se excluye a los jornaleros, domésticos, asalariados y empleados, ¿entonces quiénes quedarían? Un corto número de comerciantes y capitalistas”.
Los periódicos fueron otras de las herramientas que Manuel Dorrego utilizó para plantear sus ideas y cuestionar las medidas centralizadoras de Rivadavia, ganando prestigio en las provincias, en donde se lo consideraba uno de los dirigentes más caracterizados del federalismo en Buenos Aires.
En 1827, Bernadino Rivadavia fue depuesto de su poder por la presión social reinante y Manuel Dorrego obtuvo el cargo de gobernador por Buenos Aires. Durante su mandato promovió una ley universal que permitía a los pobres poder votar. Entre sus primeras medidas de gobierno, contempló el desendeudamiento público, estableció un sistema de “precios cuidados” y la prohibición del monopolio sobre los principales productos que consumía el pueblo. También sancionó una ley de libertad de imprenta que castigó con multas a las publicaciones calumniosas e injuriosas.
Sus acciones no durarían mucho. La conspiración unitaria en su contra no se hizo esperar.
Además de Bernardino Rivadavia, Dorrego tenía otros enemigos internacionales: el embajador británico en el Río de la Plata, Lord Ponsomby, quien no toleraba la independencia y patriotismo del nuevo gobernador, como también el Emperador del Brasil y los descontentos con el resultado del tratado de paz con el país vecino. Ambos apoyaron la iniciativa de los unitarios de preparar un golpe contra el gobernador.
El golpe y fusilamiento se planeó en una reunión secreta, el domingo 30 de noviembre, en una casa en las inmediaciones de lo que hoy es Parque Lavalle en CABA. El historiador Mario “Pacho” O’Donnell reconstruye quienes fueron los mentores de la conspiración: Bernardino Rivadavia, encubierto en la figura de un representante francés a quien llamarían “monsieur Verennes”, los generales Lavalle, Brown, Martín Rodríguez, el ministro Díaz Vélez y Larrea. Rivadavia, Agüero, Valentín Gómez, Carril, Ocampo y el general Cruz participaron de todas las reuniones secretas. Y Varela y Gallardo fueron los redactores de dos diarios incendiarios.
Los autores materiales de la orden fueron cuerpo de los antiguos combatientes de la guerra con el Brasil, encabezado por Juan Lavalle, a quien le prometieron la gobernación de Buenos Aires a cambio del favor.
El fusilamiento de Dorrego abrió nuevamente un periodo de guerra civil entre Buenos Aires y el interior. Es considerado como el primer antecedente sangriento de tantos atentados contra los intereses populares y democráticos que han atravesado a la Argentina.
Fuente: Ministerio de Cultura-Argentina