Más de 350 muertos, 2000 heridos y 14 toneladas de bombas fue el saldo de un bombardeo sobre Plaza de Mayo perpetrado el 16 de junio de 1955, por la Aviación de la Armada y parte de la Fuerza Aérea como parte de una sublevación militar que buscó el derrocamiento de Juan Domingo Perón, que cumplía su segundo mandato como presidente constitucional de Argentina.
La asonada, cuyo objetivo principal era matar a Perón, desató una masacre que marcó el inicio de la violencia política que envolvería al país hasta bien entrados los años setenta, y que quedó finalmente impune.
En aquel jueves nublado y frío, una multitud contemplaba el desfile militar cuando, a las 12.40, el cielo se ensombreció ante la presencia de 40 aviones de la Aviación Naval y de la Fuerza Aérea que comenzaron a dejar caer bombas sobre una Plaza de Mayo repleta y buscaron también hacer blanco sobre la Casa Rosada.
Las aeronaves llevaban dibujados en su fuselaje la insignia «Cristo Vence», y en la primera de sus oleadas, una de las bombas impactó de lleno contra un trolebús repleto de pasajeros, dejando la primera gran cantidad de muertos de esa trágica jornada.
Perón se refugió en los subsuelos del edificio Libertador (sede del Ejército) y consiguió de esta forma salvar su vida, mientras, en las calles, la CGT movilizaba columnas a la Plaza y los sediciosos realizaban tres oleadas más de bombardeos que se dirigieron a la población civil.
El bombardeo cesó a las 17.40 y los atacantes huyeron a Uruguay, donde fueron recibidos por el presidente Luis Batlle, que les concedió asilo político.
Las tropas del Ejército que permanecían leales a Perón sofocaron el levantamiento por la tarde, cercando a los alzados en el Ministerio de Marina, que se rindieron ante el fracaso del golpe de Estado que habían lanzado.
En la noche, Perón pronunció un discurso pacificador, e instruyó la formación de un consejo de guerra para los golpistas.
Entre los acusados figuraba un joven teniente de navío: Eduardo Emilio Massera, quien integraría en 1976, en calidad de almirante, la junta militar que perpetró un genocidio planificado.
El recuerdo de aquella sangrienta jornada permanecerá vivo en la conciencia de la militancia peronista y es probable que los hijos de muchas de aquellas víctimas se hayan sumado de una u otro manera a la lucha política durante los 18 años de proscripción.
Fuente: Télam