Raúl Alfonsín nació un 12 de marzo de 1927 en Chascomús. Desde pequeño ese chico campechano supo que quería ser parte de la historia argentina. Por eso mismo, no dudó en abandonar su pueblo para internarse en el Colegio Militar de San Martín, en la ciudad de Buenos Aires. Entre sus compañeros de escuela estaba Leopoldo Galtieri, quien años después sería enjuiciado por decisión del propio Alfonsín por su participación en la represión ilegal y su actuación en la guerra de Malvinas.
Como casi todo hombre de la política en aquel entonces, Alfonsín no estuvo ajeno al contexto de cada década: fue detenido por la Revolución Libertadora durante 1955, mientras que años después sería una pieza central en el recinto para el gobierno de Arturo Illia. Con el golpe de Juan Carlos Onganía quedó otra vez tras las rejas, en esa oportunidad por intentar reabrir el Comité de la UCR en tiempos en que estaba prohibida la participación política. También imborrable fue su disputa interna con Ricardo Balbín. Las nuevas generaciones empezaban a reclamar un lugar de conducción en el centenario partido.
Pero si hubo un momento fundacional para el bonaerense, fue durante la dictadura militar cuando Alfonsín fue miembro activo de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos (APDH), desde donde denunció las violaciones a los derechos humanos. También, el dirigente radial fue uno de los pocos representantes de la casta política que rechazó la guerra de Malvinas.
Para las elecciones de 1983, la imagen de Raúl Alfonsín supo representar los deseos de renovación y cambio. Sobre todo como un Nunca Más a los gobiernos militares. Primero, se impuso en la interna radical frete al conservador Fernando De La Rúa y luego, por primera vez en la historia, el radicalismo venció al peronismo en las elecciones generales. Los sueños y esperanzas de millones de argentinos estaban representados por su capacidad de oratoria.
La consolidación de la democracia y el paso del tiempo, sin embargo, pusieron a Alfonsín en la justa dimensión que logró al capear tempestades en tiempos de azotes reales y permanentes. Después casi un siglo de permanentes golpes militares, la recuperación de los valores democráticos y los derechos humanos quedarán como una marca que le debemos, en gran parte, al «padre de la democracia».
Fuente: Caras y Caretas