Se cumplen 89 años del paso a la inmortalidad de Don Hipólito Yrigoyen, el hombre que encarnó los deseos republicanos de un pueblo entero y fue elevado dos veces a la Primera Magistratura de la Nación. Fue el primer presidente de la democracia, con él el pueblo expresó con hidalguía su sentir más hondo a través del voto universal, secreto y obligatorio. Con él la política alcanzó su más alto nivel de contenido pensante y de valoración ética. Como ser humano dejó el recuerdo de la «simplicidad monástica de los grandes místicos de la historia… un místico que vive su propia vida en holocausto a las libertades públicas y privadas», como lo recordaba Marcelo T. de Alvear.
Le tocó la humillación, el destierro, la prisión, la ignominia y la silente muerte. Los años venideros no fueron más benévolos con su memoria, se archivaron en los anales de la historia colectiva sus datos necrológicos, pero su mensaje profundo y ancestral sigue siendo una daga que hiere susceptibilidades e intereses.
Sufrió el destino común de otros ex presidentes radicales: fue parodiado y vilipendiado por una prensa abyecta y demagógica, fue víctima de una confabulación y conspiración de los sectores más retrógados que protagonizaron el nefasto Golpe de Estado de 1930.
Murió en la pobreza y la soledad. Su Misa de Requiem fue celebrada en la Iglesia de Santo Domingo, y su cuerpo amortajado con el hábito dominico, por haber sido terciario de la Orden de Santo Domingo de Guzmán. Las calles de Buenos Aires nunca presenciaron otra manifestación más sincera y numerosa de los ciudadanos que salían a llorar la memoria del Presidente muerto, que había pasado tres ignominiosos años en el olvido y la censura del Régimen de la Década Infame. No tuvo honores oficiales. No se decretaron días de luto. Pero la gente de motu proprio se silenciaba en las calles o en el trabajo, rezaba por el alma de Yrigoyen, y se lamentaba de la ausencia del constructor más preclaro de la Argentina Constitucional.
Nuestro mejor homenaje a Yrigoyen es la imitación de sus virtudes cívicas y republicanas.
Fuente: Instituto Nacional Yrigoyeneano