Arturo Umberto Illia, el presidente radical que gobernó el país entre 1963 y 1966, fue más reconocido por la historia que por sus contemporáneos. Éstos lo ridiculizaron caracterizándolo como una tortuga, le achacaron aceptar la proscripción del peronismo y le criticaron cierta tozudez política que lo aisló en los momentos más duros. Aquella, en cambio, lo recuerda por su honradez, por su sobriedad, por medidas audaces que llevó a la práctica durante su gobierno, como la anulación de los contratos petroleros de Frondizi, y por haber construido una isla democrática en un océano de golpes y dictaduras.
En julio de 1963, con el peronismo proscripto, Illia triunfó con apenas un 25% del electorado, y se convirtió en presidente de la República. Destacado por un escrupuloso respeto a las libertades públicas, cierto reformismo social y una vocación económica nacionalista, enfrentó numerosos problemas a poco de asumir: plan de luchas sindicales, conspiraciones del establishement y amenazas militares. Pero antes de cumplir los tres años de gobierno, contaba con escaso apoyo popular y político, y sería derrocado.
Un contexto político y social en creciente ebullición caracterizado por el fenomenal Plan de Lucha de la CGT, la aparición de la guerrilla guevarista en Salta, el crecimiento electoral de las fuerzas peronistas en 1965 y su posible triunfo en 1967, y el enojo de militares con una política exterior que, por caso, los subordinaba a la comandancia brasilera en la intervención de Santo Domingo, contribuyeron a crear un clima adverso para el gobierno y alimentaban las imágenes públicas que identificaban la gestión de Illia con la lentitud, la inoperancia y el anacronismo.
Parte del empresariado entendía que el presidente se apartaba de las prácticas liberales tradicionales de reducción de la inversión en rubros como salud y educación, y comenzó a conspirar con los sectores golpistas del ejército a los que se sumaron sectores gremiales y la mayoría de la prensa.
Los medios de prensa hicieron el resto para crear un clima de inconformidad y golpismo. Insistieron con la supuesta lentitud del presidente y propusieron su reemplazo por un caudillo militar. Con la prensa en su contra y una oposición que sólo buscaba el fracaso del gobierno, nadie se sorprendió cuando el 28 de junio de 1966, un nuevo golpe de Estado cívico-militar, esta vez encabezado por Juan Carlos Onganía, puso fin a su mandato.
Fuente: Felipe Piña, El Historiador