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La economía mundial se encamina a una crisis severa. La necesidad de un programa de emergencia para amortiguar costos ineludibles de la debacle global

Coronavirus y crac bursátil obligan a revisar la hoja de ruta

El contexto económico internacional es otro y no advertirlo para la economía local es tan dañino como no adoptar medidas preventivas para aplanar la curva de propagación del virus. Hasta el FMI recomienda políticas fiscal y monetaria expansivas. Manías, pánicos y crac, una secuencia que se repite en el casino global.

Por Alfredo Zaiat

Ante eventos inesperados, como el coronavirus, las respuestas económicas tienen que ser tan rápidas y excepcionales como las que están siendo aplicadas en el terreno de la salud pública.

No sirven para nada ni la prudencia fiscal ni monetaria para contentar a las fieras de la city, que hoy están bastante heridas y no por el mercado argentino, ni el discurso económico equilibrado para atenuar las críticas de la primera, segunda y tercera generación de patéticos economistas neoliberales dominantes del espacio mediático.

La prioridad urgente es mitigar la propagación del virus Covid-19, pero también es imprescindible desplegar en forma inmediata una estrategia económica defensiva para no agudizar la previsible debilidad de la actividad productiva que, como se sabe, castiga mucho más a los grupos vulnerables.

La emergencia de salud pública se transformó en un freno repentino (stop suddenly) y fulminante en el mercado mundial de capitales. La desaceleración de la economía mundial es inevitable con sus dos grandes motores afectados por la pandemia.

Un reciente informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad, por sus siglas en inglés) señaló que la presencia del coronavirus en China provocó una contracción de 2 por ciento en su producción manufacturera durante febrero y las previsiones optimistas dicen que la economía bajará de 1 a 2 puntos en el año.

En tanto, se estima que el Producto Interno Bruto en Estados Unidos se contraería en el segundo trimestre del año y la economía ingresaría en un escenario recesivo.

Existe consenso de que el comercio internacional disminuirá, el precio de las materias primas ya bajó fuerte y puede seguir haciéndolo y sectores muy sensibles como todos los vinculados al turismo (líneas áreas, hoteles, gastronomía y agencias de viajes) sufrirán quebrantos inmensos.

Analistas de balances del mercado bursátil global han empezado a realizar proyecciones acerca de cuáles serán los próximos resultados corporativos. Los optimistas, que son quienes estiman una resolución de la crisis en el corto plazo, calculan una caída del 20 por ciento en las ganancias operativas, y no pocas situaciones de estrés financiero en la deuda de las empresas.

Cisne negro

El impactante derrumbe de las bolsas mundiales y el freno abrupto de la economía mundial fueron provocados por la pandemia del coronavirus, con el agregado de la disputa por el precio del petróleo entre Arabia Saudita y Rusia.

Lo que ha sucedido en el mercado bursátil con una destrucción de valor monumental (evaporación de capital ficticio) es lo que se denomina «cisne negro». El filósofo libanés Nassim Nicholas Taleb popularizó esa categoría analítica en su libro El cisne negro, publicado en 2007.

Taleb explica que un «cisne negro» es un suceso con tres atributos:

* Es un caso atípico, que no era esperado y no había expectativas de que pudiera suceder porque no había señales de esa posibilidad.

* Es de impacto fulminante generando una alteración extrema de las normas de funcionamiento de los mercados.

* Es tan raro el acontecimiento que luego de irrumpir aparece una legión de expertos que buscan explicaciones de ese evento disruptivo para darle racionalidad y decir que era predecible.

«Cisne negro» es una expresión de imposibilidad de suceder y está originada en el siglo XVI cuando en Europa todos los cisnes eran blancos según los registros de la época. En ese contexto, un cisne negro no podía existir hasta que una expedición holandesa los descubrió en Australia.

El término se convirtió entonces en un concepto para indicar que lo que se percibía como una imposibilidad podía suceder en forma imprevista.

Desde hace un par de años varios analistas advertían acerca del peligro de la burbuja bursátil de Wall Street, pero ninguno previó cuándo se iba a pinchar y que la aguja iba a ser el coronavirus y la disputa por el precio del petróleo entre Rusia y Arabia Saudita. La atención mundial estaba en la disputa comercial entre China y Estados Unidos, y en cambio el factor que terminó de desestabilizar las bolsas fue la pelea en la OPEP.

Manía, pánico y crac

Cuando se precipita una crisis financiera global como la actual la pregunta para empezar a entenderla no es cuál ha sido la causa, sino cuáles son los motivos estructurales que la provocaron.

El siguiente ejercicio de lógica puede ayudar en esa tarea: una bomba es lanzada por A hacia la cara de B, B la ataja y se la tira a C, luego C a D, y así sucesivamente hasta que Y la hace estallar, finalmente, en el rostro de Z. ¿Quién es el culpable de la explosión? ¿A o Y?

La respuesta: A es la causa remota; Y, la causa próxima.

Lo que precipita el desmoronamiento de los precios de los activos puede haber sido cualquier hecho trivial. Este constituye la causa próxima. Fue el indicador de venta de casas nuevas en Estados Unidos, por ejemplo en el crac de 2008, o la pelea por el precio del petróleo y el coronavirus, en el crac de estos días.

En estas jornadas de derrumbe de cotizaciones de acciones y bonos, miedo a quiebras corporativas y peligro de interrupción en la cadena de abastecimiento mundial se intenta encontrar el origen de semejante crac en una economía globalizada que no deja de prometer ser partícipe de la cadena de la felicidad.

Como en tantas otras grandes crisis de la historia, la especulación y la expansión desenfrenada del crédito son la raíz (la causa remota) de los impresionantes desbarajustes de las finanzas globales, como bien lo explica Charles P. Kindleberger en un libro de referencia para estos días, Manías, pánicos y cracs.

Esa causa remota deja al descubierto la fragilidad de la actual fase del capitalismo globalizado dominado por las finanzas. En este crac además no fue sólo el crédito que exacerbó la manía, sino que fue alimentada por la desregulación y la utilización de la inteligencia artificial (algoritmos) en la operatoria bursátil que llevaron el frenesí especulativo a niveles nunca antes alcanzados.

Burbujas

Las manías especulativas y los posteriores pánicos se asocian con la irracionalidad general que domina en el mercado financiero.

En todas las grandes crisis financieras de la historia, la especulación y la expansión desenfrenada de la deuda fueron la raíz (la causa remota) de las cesaciones de pagos (la causa próxima) y de la posterior debacle de las finanzas y la economía.

El exceso especulativo, al que se puede definir en forma sencilla como manía, y la revulsión a este exceso en la forma de crisis, crac o pánico demuestra ser, si no inevitable, al menos, históricamente común.

Antes de este estallido impactante, en 2008 explotó la burbuja de los créditos hipotecarios subprime en Estados Unidos, y entre 1997 y 2001 la banca infló el negocio de empresas de Internet, burbuja de las puntocom que terminó explotando y derrumbando los precios de las empresas tecnológicas al nivel de 1996.

La denominada “nueva economía”, integrada por empresas de telecomunicaciones, informática, biotecnología y de Internet, había ingresado en la manía especulativa como en su momento sucedió con la aparición del ferrocarril en el siglo XIX.

El tren provocó una revolución en la organización económica y social, lo que llevó a muchos a soñar con ser millonarios apostando a esa “nueva era” que prometía la expansión del comercio a niveles impensados para la época. El tren produjo, efectivamente, una profunda transformación, pero no sin antes precipitar una fiebre especulativa. En 1847, en Gran Bretaña con bonos de compañías ferroviarias, y en 1856, en Estados Unidos con terrenos públicos linderos a supuestas trazas ferroviarias. Ambas manías derivaron en profundas crisis financieras.

Las puntocom al inicio del nuevo siglo o los ferrocarriles en el siglo XIX, los tulipanes en Holanda en 1634, y más cerca la deuda de países latinoamericanos, fueron todas burbujas financieras, como esta última que explotó con la pandemia del coronavirus, con un destino incierto de cómo y cuándo se saldrá del actual caos global.

El mundo es otro

La economía argentina necesita generar diques defensivos no para evitar la crisis, sino para amortiguar sus costos ineludibles. Disponer de una estrategia contracíclica para disminuir el impacto de este nuevo shock externo negativo.

La hoja de ruta económica de Alberto Fernández de hace una semana quedó obsoleta. Ese camino consistía en lanzar la propuesta de reestructuración de la deuda, avanzar en una negociación con acreedores para conseguir una elevada adhesión y lograda la «sostenibilidad» de la deuda iniciar el proceso de recuperación para salir de la recesión macrista.

Esa secuencia que era controvertida porque no aseguraba un despegue de la economía, hoy dejó de tener sentido. El cronograma y la propuesta oficial de la reestructuración pueden seguir como estaban planeados, pero una política económica expansiva no debería quedar en la sala de espera.

La abrupta caída de las paridades de los bonos a reestructurar no necesariamente será un factor favorable en la negociación con los acreedores. Pueden aparecer los fondos buitre para aprovechar esos precios, pero además títulos de deuda de otros países también cayeron, y entregan mejores rendimientos futuros siendo activos de menor riesgo. A la vez empeoró las perspectivas de que la economía argentina pueda crecer y generar excedentes fiscal y comercial para garantizar los pagos futuros de la deuda refinanciada.

El contexto mundial es otro y no advertirlo es tan dañino como no adoptar medidas preventivas para aplanar la curva de propagación del virus.

Fondo Monetario

Disponer de medidas expansivas son recomendadas hasta por el FMI. En una serie de artículos específicos sobre el coronavirus, publicado en el blog del organismo, recomienda políticas fiscal y monetaria activas.

La economista Gita Gopinath publicó en ese espacio de difusión del Fondo el artículo «Limitar las consecuencias económicas del coronavirus con grandes políticas dirigidas». Propone firmes y sostenidas políticas públicas. Aconseja a gobiernos que hogares y empresas afectados por esta crisis deberían recibir del Estado transferencias en efectivo, subsidios al salario y desgravaciones fiscales. Esas medidas apuntan a ayudar a las personas a satisfacer sus necesidades básicas y a las empresas a mantenerse a flote.

Son consejos dirigidos a países centrales, pero eso no inhibe que economías periféricas, como la argentina, no puedan adoptarlos.

Gopinath destaca que esas políticas tienen el objetivo de «evitar que una crisis temporal perjudique permanentemente a personas y empresas a través de la pérdida de empleos y quiebras».

Contracíclica

Varios países están aplicando medidas expansivas desde el sector público para que la tendencia recesiva inevitable no se convierta en una depresión o en una crisis prolongada. La debacle de 2008 es una enseñanza cercana para no demorar la implementación de políticas activas.

Las reacciones de los países son varias para apuntalar la economía. La Reserva Federal (banca central de Estados Unidos) redujo medio punto la tasa de interés, con perspectivas de hacer otro ajuste a la baja y puso a disposición del sistema financiero 1,5 billones de dólares; el Congreso aprobó un paquete sanitario de 8300 millones de dólares y el gobierno de Trump adelantó que habrá incentivos fiscales para los sectores productivos afectados.

Es probable que haya muchas otras iniciativas para enfrentar la crisis económica y que serán coordinadas con la Unión Europea y con el resto de los países del G-20. Es lo que sucedió en los dos años siguientes al crac de 2008, lo que evitó una gran depresión mundial.

Italia extendió los plazos para pagar impuestos a las empresas radicadas en las áreas afectadas y amplió el fondo de complementación salarial para trabajadores desempleados.

Corea del Sur dispuso subsidios al salario para pequeños comercios y aumentó las asignaciones para cuidado del hogar.

Alemania dispuso una línea de crédito «sin límites» para las empresas para evitar problemas de liquidez en su entramado productivo.

La titular de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se comprometió a adoptar la «máxima flexibilidad» en las reglas presupuestarias y en las ayudas de Estado para auxiliar a los países de la Unión Europea ante el coronavirus.

Gopinath reclamó medidas sustanciales para apoyar a la economía durante la pandemia, «manteniendo intacta la red de relaciones económicas y financieras entre trabajadores y empresas, entre prestamistas y prestatarios, y entre proveedores y usuarios finales para que la actividad se recupere una vez que el brote se desvanezca».

Otras crisis

La economía argentina tiene antecedentes cercanos para detectar cómo ha enfrentado un shock externo negativo y para identificar cuáles han sido los resultados opuestos según la forma de intervención que hubo ante cada una de las crisis.

La de 1995, denominada Efecto Tequila y precipitada por la debacle financiera mexicana a partir de la devaluación de la moneda, no tuvo un programa de contingencia. Por el contrario, el gobierno de Carlos Menem con Domingo Cavallo como ministro de Economía reafirmó el plan de convertibilidad.

El saldo fue desastroso: fuga de capitales, caída de casi 10 por ciento de los depósitos bancarios totales, quiebra y fusión de más de 70 entidades financieras, el Producto Interno Bruto se desplomó 4,4 por ciento en 1995 y la tasa de desocupación llegó a un pico de 18,6 por ciento en mayo de ese año.

En cambio, la debacle de los créditos subprime en 2008, que se precipitó con la caída de Lehman Brothers y tuvo su epicentro en Estados Unidos y Europa, fue enfrentada a nivel local con una serie de medidas defensivas. El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner con su ministro de Economía Amado Boudou en 2009, quien antes había sido titular de la Anses, dispusó medidas contracíclicas que permitieron amortiguar el derrumbe de los mercados centrales.

La economía creció en 2019 apenas el 0,9 por ciento, cuando venía galopando a tasas chinas, mientras que la tasa de desempleo subió al 9,1 en el tercer trimestre del año por ciento, un alza de casi 2 puntos porcentuales respecto a 2008. La crisis tuvo su impacto negativo pero la estrategia defensiva amortiguó los costos.

La medida estelar en esos años fue la estatización del sistema previsional manejado por las AFJP, recuperación de recursos públicos que permitió ampliar la cobertura social y canalizar fondos (con el FGS-Anses) a la actividad productiva. Se agregó luego la ley que dispuso la fórmula de movilidad jubilatoria que implicó un persistente aumento de los haberes en términos reales.

Esas medidas junto a la expansión fiscal y monetaria permitieron que la economía argentina sufriera mucho menos que la de otros países de la región la crisis financiera de 2008.

Trampa

La mayor vulnerabilidad de la economía argentina frente a la pandemia es parte de la pesada herencia dejada por Mauricio Macri. Ese estado de situación no es responsabilidad de Alberto Fernández, pero sí lo es enfrentar sin inhibiciones conservadoras esta crisis, agravada por la trampa de la deuda, y utilizar las herramientas de intervención que dispone el Estado.

Quedar atrapado de la prudencia para ganar el favor del establishment o de un ilusorio equilibrio entre intereses económicos antagónicos es un camino a transitar poco recomendable. Podía ser una opción política en otro contexto, como el que había hasta antes de la pandemia, pero ahora se requiere de otra orientación para no regresar la economía al sendero del precipicio.

Las previsibles y repetidas observaciones de economistas ortodoxos y heterodoxos conservadores a la mayor intervención estatal en la economía pueden ser enviadas a cuarentena.

Es una actitud higiénica necesaria para que ese virus no siga contaminando con críticas a medidas de emergencia, como el control de precios, aumento del gasto público y expansión monetaria. Esos economistas son tan tóxicos que salieron a cuestionar la fijación de precios máximos para el alcohol en gel.

Es cierto que es difícil predecir cuál será la magnitud de la crisis, pero que existe y que será importante no hay dudas, y su profundidad dependerá en parte de la calidad de la respuesta política que se dará en el frente económico.

Publicado en Página 12/15-3-2020