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Durante la pandemia tenemos que prepararnos para la post pandemia

Por MIGUEL FERNÁNDEZ PASTOR

Unos días atrás, al darse a conocer la noticia de que próximamente comenzarán a realizarse en Argentina pruebas de la vacuna para el Covid-19, desarrolladas por Pfizer y BioNTech, envié el mail para inscribirme como voluntario y completé el formulario pertinente. Con gran satisfacción y alegría, el miércoles se comunicaron conmigo para decirme que la cibernética me había seleccionado en base al algoritmo aplicado, sobre el conjunto de voluntarios registrados. El día 20 de agosto por la mañana tengo asignado el primer turno para dar inicio al esquema de testeo definido, y confieso que me siento feliz y deseoso de vivir esta experiencia. Tengo una gran admiración por los logros de la ciencia y un profundo amor por los científicos de toda naturaleza que trabajan silenciosamente, en la incertidumbre total, cada día estudiando una nueva arista de su investigación, fallando una y otra vez, hasta que un momento mágico les permite cristalizar el milagro de resolver lo que parecía imposible. Imagino la alegría que sienten cuando logran desentrañar un desarrollo científico como es la vacuna contra el Covid-19, y ahora me siento un poquito parte de semejante epopeya.

Lo de la vacuna me hizo recordar una experiencia grotesca que viví cuando era director del Centro Interamericano de Estudios de Seguridad Social (CIESS). El CIESS es un organismo internacional dedicado al estudio y la investigación de la seguridad social, al que están adheridos todos los países del continente americano y que posee unas magníficas instalaciones en el Distrito Federal de México, en una bella zona conocida como el Pedregal. Allí hacíamos diversos cursos, especializaciones, maestrías e investigaciones relacionadas con la seguridad social.

En una oportunidad, un grupo de estudiantes de la Universidad Iberoamericana de México (una universidad privada de cierto prestigio), nos propusieron presentar en el CIESS una investigación sobre los efectos de la mala alimentación en la niñez, que sería la tesis con la que esperaban doctorarse. Nos pareció que podría ser una buena idea que la presentaran en el marco de un curso internacional que estábamos próximos a iniciar. El día previo a la presentación, trajeron los equipos de proyección y sonido de la universidad que estaban acostumbrados a utilizar, de manera de tener todo preparado para el evento y asegurar su buen desarrollo.

Cuando llegó el momento de la presentación, y luego de la formal invitación que me cursaran, me encontraba firme y atento en el salón de eventos, viendo a los estudiantes sentados en el orden que iban a exponer, impecablemente vestidos. El contraste con los trabajadores de distinto puntos del continente que habían venido al curso del CIESS que les servía de marco para la presentación, y conmigo mismo, era notorio. Cuando llegó la hora señalada y uno de los muchachos comenzó a explicar la experiencia, dijo que habían seleccionado un centenar de chicos pobres y que a ese centenar se los había dividido en dos grupos, de cincuenta niños pobres cada grupo y que a la mitad les habían dado cada día un desayuno (en México es una de las comidas principales), mientras que a la otra mitad no les daban nada de comer. Luego les tomaban una prueba de entendimiento para así comparar el rendimiento intelectual de unos y otros. En ese momento un cursante de origen boliviano, un poco exaltado, lo interrumpió y preguntó cómo se atrevían a hacer una experiencia de este tipo con chicos con hambre. A partir de ese momento la presentación y el ambiente en general comenzó a desbarrancarse y, por supuesto, la explicación del desarrollo de la experiencia no pudo continuar. Sin siquiera entender lo que había pasado, los estudiantes de la Universidad Iberoamericana se fueron compungidos y avergonzados.

Cuento esta triste historia acerca de un grupo de muchachos que habían preparado una experiencia con mucho esmero y dedicación pero sin ninguna sensibilidad, porque creo que en ocasiones —más de las que me gustaría admitir—, las personas que encaran experiencias sociales para diferentes análisis no miden las consecuencias de sus actos. Los obnubila el poder mostrar los resultados en alguna publicación “prestigiosa”. No importa si para ello necesitan humillar a la población sobre la que se hace el estudio. Si bien no siempre se rigen por algún protocolo científico, el sentimiento de verse y “entenderse” como investigadores los absorbe y afecta la lectura del contexto. Pero no son los únicos. Sin darnos cuenta a nuestro alrededor se hacen infinidad de experiencias mucho mas brutales que la que relaté con la práctica realizada por el grupo de estudiantes mexicanos. La diferencia está en que, mientras los jóvenes estudiantes lo hacen de manera impulsiva e inconscientemente, otros no tan jóvenes y para nada inconscientes usan la misma metodología para justificar actos aberrantes.

La experiencia llevada a cabo por los estudiantes que egresaban de un posgrado en una universidad prestigiosa de México es posible que indigne por lo insensible, reconozco que en su momento me indignó mucho por lo brutal e inhumano que significa darle de comer a algunos chicos y dejar a otros con el estómago vacío y luego pretender demostrar lo obvio: alguien que no comió adecuadamente no rinde igual que aquel que recibió la alimentación necesaria. El resultado se sabía de antemano, pero sin embargo se usaron niños como conejillos de indias, y cuando el resultado final indicó que la hipótesis del “experimento” coincidía con el resultado esperado, podrían “pavonearse” de manera “acreditada” por los centros “intelectuales”, hacer publicaciones y lo que es más grave, irse a dormir con un halo de “científico social”.

Invito al lector desprevenido a que reflexionemos juntos respecto de lo que plantean algunos de los gurúes de la economía neoliberal cuando hablan de la teoría del derrame. Es decir, proponen hacer lo suficientemente ricos a los ya ricos de manera que les pueda “sobrar tanto” como para motivar que dicho exceso “derrame” de tal forma que llegue a los más pobres. Al margen del absurdo de esta teoría en su planteo, si fuera cierta implicaría que, entre que empieza a funcionar y se produce el derrame indicado, mediaría un lapso de tiempo lo suficientemente largo donde tendría lugar el derrame mencionado y, en consecuencia, durante dicho tiempo miles de personas morirán en la más vergonzante pobreza. ¿Qué diferencia tiene quien expone una teoría donde sabe que millones de personas padecerán una pobreza degradante, con los estudiantes de la experiencia que exhibieron en el CIESS? Sólo noto una diferencia: que los estudiantes ingenuamente exhiben su insensibilidad y los podemos confrontar con claridad, mientras que aquellos que promueven teorías alocadas como lo es la teoría del derrame se exhiben impúdicamente por los medios de comunicación, escriben libros y se especializan en Estados Unidos para regresar y defender los intereses de los fondos buitres, o de los billonarios de adentro y de afuera.

Cuando Alfonso Prat Gay, después de haber sido Ministro de Economía del gobierno de Macri, sin siquiera ponerse colorado dice que para salir de la crisis no solo no hay que cobrarle impuestos a aquellas personas con capacidad económica, sino que es necesario reducirlos, agregando que el Estado no debe emitir dinero porque el déficit fiscal perjudica a la economía (aún a sabiendas que ello implicaría condenar a la inanición a millones de compatriotas que hoy sobreviven debido a la implementación de los programas sociales como el IFE, la AUH y otros planes sociales) me pregunto: ¿qué diferencia tiene con la experiencia de los estudiantes mexicanos? La respuesta es que los estudiantes hicieron padecer a cincuenta niños, mientras que Prat Gay pretende algo mas grave y de dimensiones astronómicas, sabiendo en su interior que su pensar y accionar condena a millones de argentinos a la inanición,  con una impiedad criminal.

¿Cuánto más brutal que la propuesta de los estudiantes es la desvergonzada pelea mediática de los poderosos para impedir que les impongan un impuesto a las grandes fortunas, o con la defensa de las políticas neoliberales aplicadas por el macrismo o con los que fugaron dinero a mansalva?

Cuando el macrismo inventó la ley de Reparación Histórica, que por un lado reconocía diferencias a favor de los que más ganaban dentro del sistema previsional, pero por el otro creaba la PUAM que abona un nuevo haber mínimo, del 80% de la jubilación mínima y, como si eso fuera poco, postergó el acceso a esa jubilación más mínima que la mínima, por cinco años a miles de mujeres pobres, las más pobres, lo hicieron cristalizando el mismo desprecio  e idéntica insensibilidad por los necesitados que los estudiantes de la Iberoamericana de México.

El pacifista y premio Nobel Herman Hesse escribió en la recopilación de escritos sobre la guerra y la paz: “Matamos a cada paso, no solo en guerras, disturbios y ejecuciones. Matamos cuando cerramos los ojos ante la pobreza, el sufrimiento y la vergüenza. De la misma manera, toda falta de respeto por la vida, todo el coraje, la indiferencia, todo desprecio no es otra cosa que matar”. Eso logran los que desarrollan teorías de distinta naturaleza para defender el privilegio y mantener la exclusión.

Sueño con un país que no sea indiferente ante los que menos tienen. Es posible que la actual sea la peor crisis económica que hayamos padecido. Si es así, los pesares por los que nos quejamos los que tenemos el privilegio de tener un razonable buen vivir son simplemente quejas superfluas si las comparamos con cuáles son los padecimientos de los más pobres. Terminada la pandemia, tenemos la obligación de poner toda la vitalidad nacional al servicio de los que más han sufrido. Por ello, no es posible imaginar que esto se soluciona con un plan social que resuelva la cuestión alimentaria por un tiempo. Es necesario dar un salto de dignidad y promover una solución integral.

Bueno sería que, así como ante la pandemia y la crisis sanitaria se invitó a los que más sabían de ese tema para asesorar al gobierno, o como se está haciendo en relación a la comisión sobre la reforma del Poder Judicial, se podría hacer lo mismo para estudiar el modo de desterrar la ignominia de la pobreza. William Beveridge proponía en plena Segunda Guerra que Inglaterra debía prepararse para la paz. Humildemente, me permito indicar que considero que, durante la pandemia, tenemos que prepararnos para la post pandemia, donde cada uno que tenga algo que decir o proponer, lo haga. La decisión final será, siempre, lo que resuelva el Presidente, pero creo que este tema tiene tantas aristas, tantas formas de verlo y mirarlo, que bien vale la pena intentar una visión consensuada e integral.

El héroe cubano José Martí enseñaba que “se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar opción a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece”. Lo mejor es comprometerse a fondo con la ética de la solidaridad que es una causa justa, ojalá tengamos la capacidad de hacerlo.

Publicado en El Cohete a la Luna/2-8-2020