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Presidente de los argentinos en tiempos difíciles, el radical del pueblo Arturo Umberto Illia ha sido más reconocido por la historia que por sus contemporáneos.

El 7 julio de 1963, con el peronismo proscripto, triunfó con apenas un 25% del electorado, y se convirtió en presidente de la República. Destacado por un escrupuloso respeto a las libertades públicas, cierto reformismo social y una vocación económica nacionalista, enfrentó numerosos problemas a poco de asumir: crisis económicas, plan de luchas sindicales, conspiraciones del establishment y amenazas militares. Pero  antes de cumplir los tres años de gobierno, contaba con escaso apoyo popular y político y sería derrocado.

Retirado de la vida política, luego reconocido por su honestidad y carácter incorruptible, Illia fallecería el 18 de enero de 1983, poco antes de que su histórico partido encabezara la recuperación de la vida democrática en el país. Lo recordamos en esta oportunidad con un fragmento de su discurso de asunción de la presidencia, el 12 de octubre de 1963. Lamentablemente, el 28 de junio de 1966, sus temores se verían confirmados, cuando un nuevo golpe de Estado, esta vez encabezado por Juan Carlos Onganía, puso fin a su gobierno.

“Lo que nuestra democracia necesita es ser auténtica expresión de su verdadera esencia. Lo importante no es que el sentido social de la democracia esté en nuestras declaraciones políticas o estatutos partidarios, sino que los argentinos tengan la decisión y la valentía de llevarlo a la práctica. Sólo será justo nuestro orden social, cuando se logre que los recursos humanos y los materiales, unidos al avance técnico del país, permitan asegurar al hombre argentino la satisfacción de sus necesidades físicas y espirituales…”.

“La democracia argentina necesita perfeccionamiento pero que quede bien establecido que perfeccionamiento no es sustitución totalitaria. Así como entendemos que para salvaguardar el destino de nuestro régimen democrático republicano contra todas las desvirtuaciones de los grupos totalitarios es necesario prestigiar el Parlamento, afirmo que la libertad de juicio e imparcialidad de la justicia constituyen la última y fundamental garantía de nuestro orden institucional”.

Fuente: El Historiador