El derrocamiento del gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen inauguró, hace noventa y cuatro años, una tradición de sangre y fuego en la Argentina. Durante más de medio siglo, los golpes de Estado se sucedieron de la mano de los sectores conservadores y ejecutados por el partido militar.
El 6 de septiembre de 1930 un golpe militar, encabezado por el general José Félix Uriburu, dio inicio a una larga etapa de inestabilidad institucional en la Argentina, que se extendería durante más de cinco décadas.
Al golpe se le han atribuido causas políticas, económicas, sociales y hasta morales. Pero no hay controversias sobre su factor desencadenante: el proyecto de nacionalización y monopolio estatal de los recursos petrolíferos propiciado por el gobierno de Yrigoyen, en el contexto de crisis internacional provocado por la caída de Wall Street de 1929. Por esta razón, sus contemporáneos no dudaban en afirmar que “el golpe del 30 tenía olor a petróleo”.
El golpe del 30 incluye su propia crónica de una muerte anunciada. Los rumores sobre la decisión de los sectores más acomodados de la oligarquía argentina de someterse a las presiones de la Standard Oil (ESSO) para impedir un retorno a la presidencia de Hipólito Yrigoyen circularon profusamente ya durante la campaña presidencial. No era un secreto su intención de salvaguardar los intereses nacionales e impulsar una política social de pleno amparo de las clases subalternas. Según Roberto Etchepareborda, historiador, diplomático y canciller durante el gobierno de Arturo Frondizi, “esta acción debía alarmar a las fuerzas conservadoras, que comprendiendo que ya era imposible esperar una solución electoral, optaron por una política de fuerza. En 1927, uno de sus principales voceros expresó: ‘Ayer fueron los alquileres, hoy es el petróleo, mañana será la propiedad rural amenazada de ser distribuida’”.
La contundente victoria obtenida en las urnas –con el 61,69 por ciento de los sufragios– postergó tal determinación por casi dos años, que fueron utilizados por los medios de prensa más poderosos para generar un clima destituyente, denunciando sistemáticamente la escasa efectividad del gobierno popular, la declinación intelectual del presidente, la corrupción que se desplegaba en su entorno y hasta ponían en cuestión el propio sistema democrático, asociándolo con la demagogia.
Fuente: Caras y Caretas