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Domingo 19 de noviembre de 1972. Uno estaba de regreso tras largos años de ausencia, el otro vivió de cerca los avatares de la política argentina durante todo ese tiempo. El encuentro de aquel día fue el remate del descongelamiento de una relación otrora desapacible y tensa.

Juan Domingo Perón -el recién llegado- hacía 48 horas que había vuelto a pisar suelo argentino; el tiempo apenas suficiente para, luego de pasar algunas horas en el Hotel Internacional de Ezeiza, trasladarse hasta la casona de Vicente López que le procuró su partido, desempacar y descansar un poco. El otro, Ricardo Balbín, aguardaba el momento de entrevistarse con su antiguo adversario y dejar atrás las cuitas del pasado.

Con casi 10 años de diferencia de edad -Perón, el mayor de los dos, tenía 77 años-, eran contemporáneos de la política: uno, fundador del movimiento peronista y dos veces presidente de la Nación; el otro, conductor de la Unión Cívica Radical, la otra fuerza política de raigambre popular.

La relación entre ambos no había sido la mejor. Pragmáticos, ambos entendieron que era necesario dejar de lado viejas antinomias y cerrar filas para abortar el llamado Gran Acuerdo Nacional (GAN), una salida electoral concebida por el presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse y por Arturo Mor Roig, su ministro del Interior.

Balbín ingresó a la sala donde aguardaba Perón, se produjo el esperado el encuentro, sellado por un abrazo afectuoso con sabor a reconciliación.

Durante el encuentro se acordó la agenda de trabajo para la reunión multipartidaria del día siguiente, en el restaurante Nino, con representantes de las demás fuerzas políticas. Y hubo, todavía, una reunión privada el martes 30, donde los dos jefes ratificaron los acuerdos alcanzados.

Más allá del anecdotario y de las distintas versiones acerca de lo hablado durante el primer encuentro, del que se cumplen 50 años, lo cierto es que aquel abrazo de alto valor simbólico marcó a fuego su tiempo histórico y abrió una nueva perspectiva a los argentinos, que, azorados, fueron testigos de un hecho inédito de la política criolla: la reconciliación de los máximos exponentes de dos bandos enfrentados, quienes, en aras del interés nacional, fueron capaces de soslayar rencillas pasadas y tirar juntos para el mismo lado.

Fuente: Historia hoy